Este mito fue recopilado tras una conversación con el retablista ayacuchano Jesús Urbano, discípulo del gran maestro Joaquín López Antay. Debido a la versión extensa del relato, "Historias proscritas" publica este mito dividido en dos partes y tal cual fue narrado. La última parte de esta historia será entregada en unos días.
El pishtaco era un hombre degollador de gente y vivía desde chiquitito, rapidito, bigotón. De hilo, de aguja empezó a robar, y robar. Se hacía más grande, hasta los kasasraskasas robaba y después, hasta la gente atrevió ya matar, degollar, entrando a las casas mataba ahí y robaba sus cosas.
Entre eso, uno de esos, el Pishtaco sabía ver en huairuro, en “pucasintu”, su vida. Entonces, una noche soñó en su sueño, dijo: “¡Escápate!” Entre eso levanta, empieza a tirar su huairuro y ahí lo avisó, su vida corría peligro. Esa noche, esa madrugada iban pescarlo, toda la policía, toda la gente, comunidad lo querían pescarlo, por eso escapó a la altura, buscando en las cuevas donde podía alojar en su taleguita el pishtaco.
Ahí estaba merodeando sobre el cerro andino, estaba merodeando a la gente que viene, quien viene y quien va. Estaba ahí de hambre y dando vueltas encuentra una cruz. Una cruz encuentra el pishtaco, con su machete, con su coca en la boca, entre eso dice, recuerda como si fuera presente recuerda: “Esta cruz el tres de mayo mi padre hacía una fiesta grande, tomaban, comían carnero, vaca mataba mi padre y por qué esta cruz que está alojado acá, no debería ser así, una cruz que tanto lo quería mi padre”.
Puso una “P” única en esa cruz y lo lleva amarrando haciendo gancho la soga del ichu fino, hace soga y lo pone el brazo al cuerpo, lo amarra bien bien asegurado y lo lleva a su cueva. Y en su cueva piensa y dice: “Primer lugar voy a coger las flores andinas traídas de los cerros y lo pongo a la cruz.
Y después, “qué voy a hacer, ahora no tengo ningún trago, no tengo ni fideo, ni arroz no tengo, que estoy metido en una cueva”, dice el pishtaco. Lo piensa y dice: “Mejor me voy disfrazando al pueblo, al pueblo me voy y compro trago, compro todo lo que ha hecho mi padre y tengo plata de lo que he quitado, de lo que he robado tengo plata y con eso voy al pueblo”.
Y baja al pueblo, a la ciudad, y en ese momento que estaba pasando por la puerta de la iglesia, cuando estaban celebrando la misa cruzaba y justamente estaba hablando el cura, estaba hablando en púlpito a los oyentes de la misa, diciendo: “Ese pishtaco es condenado, verdaderamente condenado, violó a su madre, violó a su hermana, entre esos se ha hecho un condenado, realmente pertenece al diablo ese hombre”, así estaba hablando el cura.
Escuchó su nombre y bajó del caballo, amarró en una piedra y entra de frente con sombrero y todo. Entra al lado del cura del púlpito y dice: “Señor aquí estoy yo a la persona que está usted hablando, yo soy tal fulano en quechua: Ñojan kayni kaypi imata querimanqui ñojamanta sutiyta ojarinqui quaijacaypi caiachcampi” (1) y el cura enseguida: “Aquí está el condenado, aquí está el jarjacha”, habla a la gente y la gente creyendo que va comerlos el condenado, el pishtaco, corren a la puerta, todititos salen de la iglesia y dejan solo al cura.
(1)Yo estoy aquí, que cosa hablas de mí, levantas mi nombre, estoy acá parado frente a ti.
Trabajo a manera de retablo de Jesús Urbano donde representa el refugio del pishaco.
Mito recopilado por Diego Ayma
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